septiembre 12, 2024

El absurdo desprecio al medio ambiente

Por: Juan Manuel Koller González. // Fotos: Almaji Fotografía

Nos hemos rodeado de una plancha de concreto y asfalto por doquier, nuestra idea del progreso está relacionada con esa percepción, equivocada por supuesto, de que, eliminar en la medida de lo posible rastros de los ambientes naturales del lugar en donde vivimos nos acerca a una mejor calidad de vida… ¡Nada más alejado de la realidad! Preferimos una planta en una maceta elegante, a una planta sembrada en la tierra. Preferimos cocheras a jardines. Y de repente, en el crecimiento de los pueblos a ciudades, las calles y carreteras tienen prioridad, el automóvil es primero, las personas después. 

Queremos estacionamientos en todos lados a donde vamos, a veces más espacio para coches que para el lugar que se visita. Y así, más concreto y más asfalto rodeándonos, engulléndonos, atrapándonos. Las ciudades se vuelven islas de calor, se vive bajo el sopor de temperaturas provocadas por esta masa creada por las mismas personas. 

Es cierto, hay árboles, que estresados, sobreviven en las ciudades, porque son organismos resistentes, fuertes, resilientes. Pero les falta riego, espacio para desarrollarse, materia orgánica a su alrededor que los nutra; están sujetos a podas continuas, a pintas, a orines de mascotas y de personas. Y por si todo esto fuera poco, se les ilumina durante la noche, estresándolos más. 

«En la modernidad se ha perdido sensibilidad, y el sentido de apreciación, respeto y valorización del entorno natural que nos rodea, esos lazos ancestrales con la naturaleza de la cual no somos una entidad aparte o diferente sino, de la cual somos solo una parte más».

Juan Manuel Koller González, Biólogo

La facilidad de la disponibilidad de la luz se ha vuelto, otra de las formas en que desperdiciamos a manos llenas un recurso. Queremos tener iluminado todo lo que se pueda, queremos que las calles rebosen de iluminación, los parques, las plazas, los edificios públicos, los negocios, los jardines, la parte trasera y la parte delantera de la casa, la cochera… Es muy difícil disfrutar de un cielo repleto de estrellas en casi cualquier ciudad, el resplandor de pueblos y ciudades contamina los cielos. 

Estamos en casa y ya no queremos desconectar nada: la tv, las computadoras, los reguladores, los cargadores de celulares y muchos otros equipos electrónicos están gastando y desperdiciando luz de manera absurda. Se ha perdido la visión

del valor e importancia de las cosas que, hacen de nuestra vida algo mucho más agradable. Abrimos el grifo del agua con naturalidad, y con la misma naturalidad solemos desperdiciarla y contaminarla, asumimos que es algo que siempre estará ahí para nosotros, pero no es cierto, cada vez es más difícil el suministro y el abasto de tan preciado y vital líquido. 

En la modernidad se ha perdido sensibilidad, y el sentido de apreciación, respeto y valorización del entorno natural que nos rodea, esos lazos ancestrales con la naturaleza de la cual no somos una entidad aparte o diferente sino, de la cual somos solo una parte más. Es urgente, e imperativo un cambio de conciencia que lleve a un cambio en actitudes en cada persona. Ahora, más que nunca, cada acción, por pequeña que sea, en favor de la naturaleza, es una acción a favor incluso de nosotros mismos, de nuestro bienestar común, del bienestar de las generaciones futuras, de la garantía para que la vida continúe.

El excesivo consumo de recursos (y al grosero desperdicio en algunas regiones del planeta) ha llevado a una sobre explotación prácticamente de todos los ecosistemas lo que, a su vez se traduce en otro problema, ponemos en riesgo la vida de las demás especies aparte de la nuestra. Cada día somos más personas en el mundo, cada vez son más escasos los recursos, el desenlace no es un misterio para nadie… No hay soluciones milagrosas, se requiere el compromiso individual y colectivo para evitar el colapso ambiental al que cada día, tristemente, nos acercamos más.

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