septiembre 12, 2024

El monstruo que habita en ti

Por: Carlos Arturo Olarte Ramos

Se apaga la luz, y en la oscuridad emergen criaturas que rompen con la tranquilidad humana; pareciera que la noche, las tinieblas y el encierro alzan sus cortinas para dejar entrever la lucha devastadora que los demonios encarcelados en el cuerpo y en la mente mantienen con la conciencia del ser, en un verdadero ring de emociones, donde tratamientos médicos, sustancias psicoactivas, terapias psicológicas y retiros espirituales, buscan mediar el conflicto del yo ante la descomposición mental.

Así como Dante descendió al infierno en la clásica Divina Comedia (1472), el ser humano se enfrenta todos los días a su propio averno, que toma rostro de injusticia, maldad y enfermedad. En esta realidad no se necesita esperar la muerte para conocer el lugar donde se torturan almas pecadoras, sino aceptar que lo cotidiano es el verdadero calvario. Los monstruos no son de la noche, son de todo el día, y en cualquier momento pueden surgir de lo más íntimo del ser para convertir la sonrisa conquistadora en una carcajada que aniquila.

Tan monstruoso resulta ser Frankenstein (1818), de Mary Shelley, como El ciempiés humano (2009), de Tom Six. El primero, un hombre construido a partir de restos de cadáveres, que comete crímenes ante el rechazo social provocado por su horrenda apariencia; y el segundo, un experimento que busca crear una nueva especie formada por tres sujetos que compartan un mismo sistema digestivo. Ambos productos culturales, uno de la literatura y otro de la cinematografía, causan terror, repulsión y asco, pero quedan en el imaginario y en la fantasía de sus creadores.

Sin embargo, los monstruos no solo viven en la imaginación ni únicamente son mecanismos de control para los vulnerables –hay que recordar que las figuras demoníacas son temidas en la infancia y forman parte del castigo para quienes cometen lo que las religiones llaman pecado- sino que están en todos lados, a través de los comportamientos neuróticos y psicóticos, donde la estructura psíquica se rompe, uno entre el deseo del sujeto y su realidad (neurosis), y otra, entre la realidad del sujeto y el mundo exterior (psicosis). 

Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud mental es un estado de bienestar en el cual el individuo se da cuenta de sus propias aptitudes, puede afrontar las presiones normales de la vida, puede trabajar productiva y fructíferamente, y es capaz de hacer una contribución a su comunidad; implica bienestar personal, independencia, competencia, dependencia intergeneracional y aceptación de la capacidad de crecimiento y realización a nivel emocional e intelectual.

Desafortunadamente, los demonios internos minimizan el estado de bienestar y gestan lo que en el argot médico se conoce como enfermedad o trastorno mental, cuya definición para la quinta edición del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-5) de la American Psychiatric Association (APA) es: “síndrome caracterizado por una alteración clínicamente significativa del estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento de un individuo, que refleja una disfunción de los procesos psicológicos, biológicos o del desarrollo que subyacen en su función mental”.

Datos de la OMS indican que alrededor de 450 millones de individuos padecen algún tipo de trastorno mental en el mundo, lo que significa que se enfrentan a una cotidianidad de riesgo; en México, la Secretaría de Salud estima 15 millones de casos, de los cuales, la mayoría está en la adultez joven en edad productiva.

Ser diagnosticado con alguno de los trastornos mentales incluidos en el DSM-5, o en la décima edición de la Clasificación Internacional y Estadística de Enfermedades y Problemas Relacionados con la Salud, conocida como Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), de la OMS, resulta un verdadero infierno para la persona que lo padece como para quienes le rodean, porque implica enfrentar al monstruo que carcome el equilibrio psicosocial. Basta con mencionar dos historias clínicas de Sigmund Freud: el hombre de las ratas, que es un análisis de un caso de neurosis obsesiva; y el hombre de los lobos, de neurosis infantil. Pero no sólo eso, cuántos sufren de psicopatía o sociopatía, cuántos tienen psicosis o neurosis, o cuántos con discapacidad física y/o cognitiva; cuántos más son víctimas de un/una psicópata o un/una sociópata, o bien, de un/una psicótico/a o un/una neurótico/a. Por eso, los monstruos los tenemos a un lado, o somos uno mismo –más cuando se dice que el hombre es el peor ser de la Tierra al atentar contra el medio ambiente y contra la humanidad-.  

El problema se agudiza cuando la mente no es capaz de reconocer que se tiene una enfermedad, y se vive en una fantasía que puede llevar a estados simbólicamente más violentos para el sujeto. Y no sólo es la enfermedad mental, también es el comportamiento que se pueda tener con o sin consciencia, como aquellos que se producen al abusar de sustancias psicoactivas (alcohol y drogas), las prácticas de odio social (como vandalismo, secuestro, tráfico de drogas y de órganos humanos, trata de blancas, homofobia, xenofobia) y las que son producto de la violencia simbólica, comunitaria e institucional.

A nivel sociedad, las prácticas humanas a lo largo de la historia dan cuenta de innumerables sucesos de terror, que son catalogados por la Agencia de la Organización las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) como crímenes de lesa humanidad, es decir, “asesinatos, exterminios, esclavitud, deportación o traslado forzoso de población, encarcelación o privación de libertad física que viole el derecho internacional, torturas, violaciones, prostitución forzada o violencia sexual, persecución de un colectivo por motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos o de género, desaparición forzada de personas, apartheid y otros actos inhumanos que atenten contra la integridad de las personas”.

¿Qué nos deparan nuestros demonios? Si estamos conscientes de lo que somos como seres humanos y de las acciones que cada quien realiza, nos posicionamos como sujetos con la capacidad de regular la psicodinámica individual; el problema está en quienes no tienen la capacidad para reconocer sus afectaciones, por lo que son quienes le rodean los que deberían ser los principales impulsores para que esas incapacidades sean diagnosticadas y tratadas. Aun con sus demonios, el ser humano puede vivir con tranquilidad; es cuestión de aceptar y actuar.


Identificando los fantasmas internos

Dos de los manuales que los profesionales de la salud mental consultan para el diagnóstico de enfermedades mentales son el DSM (que va en la quinta edición) y la CIE (décima edición).

DSM-5 CIE-10
1. Trastornos del neurodesarrollo.
2. Espectro de la esquizofrenia y otros trastornos psicóticos.
3. Trastorno bipolar y trastornos relacionados.
4. Trastornos depresivos.
5. Trastornos de ansiedad.
6. Trastorno obsesivo compulsivo y trastornos relacionados.
7. Trauma y otros trastornos relacionados con factores de estrés.
8. Trastornos disociativos.
9. Trastorno por síntomas somáticos y trastornos relacionados.
10. Trastornos de la alimentación.
11. Trastornos del sueño-vigilia.
12. Disfunciones sexuales.
13. Disforia de género.
14. Trastornos del control de impulsos y conductas disruptivas.
15. Trastornos por uso de sustancias y trastornos adictivos.
16. Trastornos neurocognitivos.
17. Trastornos parafílicos.
18. Trastornos de personalidad.
1. Trastornos mentales orgánicos, incluyendo los sintomáticos.
2. Trastornos mentales y del comportamiento debidos al consumo de sustancias psicotrópicas
3. Esquizofrenia, trastorno esquizotípico y trastornos de ideas delirantes.
4. Trastornos del humor (afectivos).
5. Trastornos neuróticos, secundarios a situaciones estresantes y somatomorfos.
6. Trastornos del comportamiento asociados a disfunciones fisiológicas y a factores somáticos.
7. Trastornos de la personalidad y del comportamiento del adulto.
8. Retraso Mental.
9. Trastornos del desarrollo psicológico.
10. Trastornos del comportamiento y de las emociones de comienzo habitual en la infancia y adolescencia.

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