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Cerrar los ojos y recordar tu infancia: a tus abuelos y hermanos, las veredas que caminaste, la comida que te proveyó de energética alegría; y luego abrirlos, para ver que por lo que soñaste y luchaste, ahora es una realidad.
Querer llorar por no poder regresar, mejor reír por estar aquí y ahora. Defender tus raíces y tu historia para no olvidarlas, permitiendo que se mezclen con la cómoda seguridad del primer mundo, pero hasta un punto justo, en donde no dominen ni se pierdan.
Una difícil tarea y un gran reto, de hecho, que asume con pasión Mónica Velasco. Fusiona con cariñosa madurez su pasado y su presente, su Oaxaca, su Arizona, para caminar hacia su futuro y el de sus hijos.
Como amigas o comadres, charlamos a kilómetros de distancia, pero imaginando el mejor lugar para platicar, para el desahogo, las confesiones y los consejos. Y qué mejor lugar que en la cocina, con unas tlayudas en proceso, para el primer cuestionamiento: ¿Cómo hace una mujer mexicana para vivir en Estados Unidos y abrazar su presente sin soltar su origen?
“Me gusta recordar y me sirve, es parte de no perder la conexión con mi gente. Es bien importante, recuerdo lo bueno, pero también lo malo, aunque a veces nos duele, pero así lo sanamos, el alma descansa y lo superamos”, me responde.
La comida mexicana: base y herencia
Esta mujer trabaja con inmigrantes para orientarles en su nueva vida, y al mismo tiempo con las plantas, en pequeñas milpas o con lombrices, pues confiesa, casi con pena, que “al principio caí en el rol de integrarme a la comida rápida y sí fue muy práctico, pero vi que estaba perdiendo mis raíces y me di cuenta que mis hijas no iban a saber cómo preparar nuestros alimentos y para mí fue un despertar cuando me di cuenta de que esto pasaba, y es que van de la mano la comida y mis tradiciones”.
Con plena conciencia busca afanosamente hasta encontrar los ingredientes más parecidos a los originales para preparar los platillos de su historia y compartirles a sus hijas las recetas que tiene todavía frescas en su memoria. Las mismas que aprendió cuando las preparaba junto a su madre y que ésta a su vez las aprendió de su abuela.
“Empecé un libro y, cada que hacemos una receta que no esté en ese cuaderno, las anoto con recomendaciones y así aprovechamos para la convivencia”, comenta.
Para aderezar la plática, agrega que esto no fue una ocurrencia, sino una conclusión a la que llegó después de entender que la vida es corta, que te puedes ir en cualquier momento y no dejar la valiosa herencia que representan las tradiciones.
“A mí me mordió una víbora de cascabel y el sentir que pierdes algo, te lleva a valorar lo que tienes y así me pasó con lo que tengo con mis hijas y entendí que les puedo hacer falta y que las puedo dejar sin esos valores. Sentí que perdía mi vida o una parte de mí y eso son mis raíces”, relata.
Mónica salió de su comunidad en Oaxaca, México, sólo con el ánimo de la juventud y tras los kilómetros recorridos, el tiempo y el miedo la hicieron madurar, pero nunca desistir.
“Mi viaje fue un viaje largo, de mucha espera para poder pasar, de miedo, de desconocimiento.Era muy joven y no tenía conciencia del peligro que corría, yo tenía 19 años, veníamos un grupo de ocho mujeres porque los hombres del grupo nos dejaron, dijeron que no podíamos seguir juntos porque llorábamos y nos cansábamos”, recuerda.
“Pasamos por el Sásabe, ellos se adelantaron y nosotras seguimos, fue una trayectoria difícil, nos escondimos de un helicóptero que se llevó a los hombres que nos habían abandonado. Vimos a los perros muy cerca y a los agentes y yo, mientras, abrazaba a una señora que lloraba. Su corazón latía muy fuerte de los nervios, ahí esperamos, calladas y cuando pudimos seguimos con el camino. Al poco tiempo nos recogió una camioneta y al preguntar cuánto faltaba, resulta que ya estábamos en Estados Unidos. Siento que Dios me protegió mucho y aquí estoy”
Han pasado 15 años, ahora tiene una familia, un trabajo y nuevos sueños.
Indígena, madre e inmigrante: ejemplo de identidad.
A Mónica le gusta cantar, pero más platicar, por eso le es fácil compartir que a veces le llega la nostalgia y la desesperación por estar lejos de su gente, por no poder despedir a los que mueren, por no poder disfrutar el olor y el color de la hierba y los paisajes de su tierra; sólo la salvan sus recuerdos.
“Mis hijas no han tenido la oportunidad de convivir con su familia, o como yo, que corría por la milpa o con los animales en el rancho de mi abuela. Ellas aquí viven con más comodidades, pero solo conocen su raíz a través de lo que les cuento, que a su vez me contaba mi abuela mientras nos trenzaba el cabello o mientras hacía tortillas. Me toca ser su base”.
La casa de Mónica es como un museo: fotos de sus hijas de cuando eran pequeñas, vitrinas con muchas figuras, algunas de hoja de maíz o totomozle, detalles de lugares que ha visitado, mucho color, catrinas y alebrijes. Aquí, se habla en español.
“Busco que no pierdan el español, que sean sensibles para que ayuden a quien lo necesite. Han visto cómo hemos vivido discriminaciones por el idioma, insultos y ellos lo entienden y se dan cuenta. Es difícil porque la escuela, las amistades, tienen cierta influencia para los niños, pero, no quiero que olviden que corre por sus venas sangre indígena y ese, es el mayor tesoro que puedo transmitirle a mis hijos, es una herencia, las recetas de cocina, los remedios”.
Y además de trabajar para su familia, Mónica dedica gran parte de su tiempo a impartir talleres y capacitaciones sobre derechos humanos a personas que, como ella, llegan a los Estados Unidos .
“Yo les digo que no pierdan el ánimo, siempre hay sueños y metas y hay cosas que nos impiden lograrlo, pero hay que tener presente que nunca es tarde para hacer lo que uno quiere en la vida, como por ejemplo estudiar. Les digo que regresen a la escuela porque es un ejemplo para sus hijos. Que vean que sus papás están cumpliendo sus metas, es una gran influencia para los jóvenes”.
Dios, la naturaleza, la familia y la comunidad, es lo que le da la fuerza para seguir adelante y con valor superar los obstáculos.
“Sueños personales sí tengo. Me gustaría tener mi propia granja, sueño con poder salir y cosechar mis propias hortalizas para preparar mis platillos y para poder ayudar a más gente, sueño con ver a mis nietos y que conozcan sus orígenes”.
Es Mónica Velasco, una mujer mexicana producto del mestizaje cultural, que ahora emprende su propia conquista.