Santa no vendrá esta Navidad. Por mi parte estaré demasiado ocupada para recibirle con sus galletitas de jengibre o coricos como acostumbra aquí en Sinaloa acompañados de un refrescante vaso de leche que no puede faltar para la asoleada que se da en tan ajetreada noche. Esto si el gato no se lo toma antes, desde luego, en su arribo por la puerta trasera. Aquí no usamos las chimeneas. Santa no tendrá que lidiar con el inconveniente de atravesar el patio donde duerme Terry, nuestro feroz chihuahua, que además de desquiciado es un perro insomne. Y sabiendo que va a llegar un botijón con una enorme bolsa de regalos seguro que querrá obtenerlos todos para sí. También es un perro avaricioso.
Pero esta nochebuena no habrá regalos, así que deberá conformarse con el hueso de plástico del año pasado. Y mis hijas también. La pequeña tendrá que sacar del clóset sus muñecas barbies y lavarles la ropita para que se vean menos andrajosas ¿Qué van a decir los demás juguetes del cajón? La mayor seguirá usando el cel del año pasado, no podrá cambiarlo por la versión tres mil actual. Y mi esposo no renovará sus calcetines. Es lo que hay.
No hablo de mi porque yo simplemente soy una ayudanta más de Santa Clos. Y ahora mismo no podré hacer dicho trabajo. Con la pena que eso conlleva. No podré salir como loca al mercado a buscar los víveres para preparar tan esperada y deliciosa cena. No podré zambullirme entre la multitud que está a la misma hora en el mismo lugar, buscando lo mismo que yo. Para hacer su parte en este sistema tradicional navideño. Tampoco podré colocar los símbolos de la temporada por fuera de la casa, ¡Ni adentro! no vaya a ser que Santa desde afuera los vea y piense que si lo puedo recibir, sin la leche y sin los coricos. ¡Imagínense, qué pena! Lo más probable es que estaremos durmiendo nuestro quinto episodio de “La vida es un frenesí y no sé qué hacer en Navidad” Para mi suerte no me veré en la agonizante necesidad de visitar a mis suegros (Dios los guarde en la palma de su mano) Ni tendré que elegir un aufich adecuado para tan esperada celebración. Tampoco para mis hijas, ni para mi esposo, bueno igual él siempre usa el mismo traje, sin bronca.
Como Santa no vendrá esta Navidad tendré tiempo de sobra para tampoco hacer lo que había prometido el año anterior, como bajar de peso, dejar el alcohol, pasear en bici, pasear al perro, pasear en bici al perro, perdonar a mis enemigos, amar a los que me ofenden, encabronarme menos por el tiradero que van dejando cuando acabo de trapear y ahorrar el dinero de mi esposo. Es el lado positivo de esto.
Y aunque Santa no vendrá esta Navidad. Siento que lo extrañaré un poco. Principalmente porque me recordaba mi niñez. Esa etapa de inocencia y felicidad. De festejos, de piñatas, de romper la cabeza de un niño pegando a la piñata porque no ves ni maíz con la venda en los ojos. Ahh! Tiernas añoranzas. También los dulces tradicionales, las mandarinas, el ponche de frutas y en la cena el abrazo de mamá.
Por: Susana Delgado